sábado, 5 de marzo de 2011

Con amigos mejor

Tan solo llevo dos meses en Los Angeles y he cambiado para siempre. Está siendo la época más interesante de mi vida, y he tenido muchas. Ha sido como andar durante décadas a través de personas, culturas, corazones... No hay día que agarre el autobús y alguien que se siente al lado me haga vibrar de satisfacción por estar aquí. Por compartir conmigo sus pensamientos y permitirme sentirme afortunado de su confesión. Saltar las barreras de la confianza en el primer contacto y verter en mí sus preocupaciones o filosofías. Me siento tan afortunado que no comprendo el grado de merecimiento que el destino me ha otorgado con este viaje. Desde el primer día que pisé suelo californiano y respiré hondamente el pesado aire de la ciudad no he parado de aprender.

Hoy conocí a Oscar. Un guatemalteco que lleva viviendo en América unos 25 años. Lo conocí en la estación de autobuses, así sin más, a través de un cigarro. Él es soldador y viene a Los Angeles donde tiene a sus tres hijas y quiere encontrar trabajo. Porque a Chicago se le ha juntado el frío con el desempleo. Nada más sentarse a mi lado me ha venido un bendito olor a vino que descubría a este afable bebedor. Que terminaba cada frase con una carcajada y se desmoronaba de risa ante mis palabras y mi modo de hablar. Me ha vuelto a recordar que soy un gachupino, hasta le he cogido cariño a este insulto. Pues nada hemos compartido tabaco y bromas, que mejor mezcla para esperar al autobús.

Y es que así es cada día, si no es un filipino que trabaja de seguridad en un edificio es un mexicano guasón o una camarera gringa quien me acompaña. Y, afortunadamente, hasta ahora buena gente.

Por supuesto que me he encontrado con mala también, aunque lo único que uno debe hacer es mirar al frente y obviar las palabras. Pues por sí solas no suelen causar mucho daño, aunque esto claro está depende de quien las escupa.

He hecho muchos amigos. Algunos de ellos de tránsito y otros que me esforzaré por conservar. Ya que son los que me han acompañado y dado cariño en mi estancia. No hay nada como los amigos.

Esta tierra es dura. Te hace ponerte a prueba cada día, y eso es estimulante. La verdad es que no me imagino viviendo en ningún lugar del mundo aparte de L.A. Y por eso me da miedo volver, porque puede significar un viaje sin retorno. Al menos a corto plazo.

Voy a añorar mucho estos atardeceres puro color naranja y sus finas palmeras.

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