martes, 8 de marzo de 2011

Fuera de la jaula

De camino a casa de un amigo para ver el partido el destino me ha obligado una pausa. Una parada en una tiendecita cercana a la parada del autobús, para comprar unas pilas, ha vuelto a ser una de las sorpresas a las que ya me estoy acostumbrando.

Este pequeño negocio lo regenta un amigo mexicano con el que suelo intercambiar algunas palabras cuando voy. Me hace mucha gracia este charro. Tiene un acento mexicano muy fuerte y sus frases están coloreadas con el olor y el gusto del refranero mejicano. Solemos terminar con un "Gracias, suerte en tu vida" de mi parte y un "Ándale cabrón" soltado con un desprecio cargado de amistad, cuando abandono la tienda. Hoy, en la parada que ya he comentado, me he encontrado a este chaparro leyendo La Biblia. Es un hombre pequeñito, arrugado y rechoncho con mirada de lluvia y voz de violín. Lo primero que me ha dicho es que si creo en Dios. Yo, equivocadamente, me he quedado un rato callado pues al decirle que no creo pensé que le podía molestar. "No seas hipócrita cabrón, ¿crees o no? Me tuve que reír y decirle la verdad. Entonces ha venido su platica y el por qué el si cree en La Biblia.

Por lo visto hace cuatro años era un hombre poderoso. Traficante de drogas que bajaba a Tijuana dos veces por semana y se embolsaba unos 60.000 dólares en ambos trayectos. Andando con mujeres hermosas, consumiendo drogas y tomando como un poeta que acaba de cobrar. Un día le agarró la ley y fue directo a prisión. Donde anduvo depresivo sin sus mujeres, drogas y alcohol. Un día, acostado en su celda, se le acercó un reverendo y le preguntó, "¿Cómo estás?". "¿Pues como voy a estar pendejo? Aquí encerrado como puerco". Entonces el reverendo le ofreció una Biblia, se la dejó al lado suya y se marchó. Me comenta que tras una semana leyendo encontró la sabiduría de los hombres de todos los tiempos en un libro. Un archivo que hablaba de prostitución, de vicio, de crueldad y otros menesteres. Se enganchó profundamente a esta creencia.

Tras unos cuantos años que no me ha revelado, salió de prisión. Volvió al Valle de San Fernando y dejó sus malos hábitos. Por los que reconoce sentir nostalgia. Y es que hace un año este hombre sufrió una experiencia cercana a la muerte, respuesta a sus vicios y al estrés de su anterior oficio. Tuvo un ataque al corazón. Me ha estado comentando su experiencia, de la que recuerda todo.

Al caer al suelo sintió levantarse y se vio tirado, sin vida. Entonces dos hombres de chaqueta se le acercaron y le preguntaron si quería vivir o morir. Él se deslizó en la duda y ante la arrogancia de tan misteriosos sepultureros luchó por vivir. Y volvió a la conciencia en una cama de hospital. Obviamente, tras suculenta llamada del otro lado, su punto de vista y filosofía es distinta. Ahora ya no vive tan rápido y se cuida, pues no hay nada tan bonito como seguir en este mundo. Por mucho que nos patee de vez en cuando.

Al principio me daba palo contar esta historia, porque me la ha contado en amistad. Pero bueno ni siquiera aquí sabe nadie que conozco a este hombre. Y me parece interesante su vida.

Le he prometido volver antes de mi marcha. La cual cada vez está más cerca. Y me agobia mucho. Me preocupa volver a casa, por el modo en el que lo voy a llevar. Deseo ver a gente que quiero con toda el alma, y al mismo tiempo me duele abandonar el yo de aquí. La aventura de cada día que me hace vibrar de energía. Porque estar en Los Angeles, viviendo en un suburbio y metiendo las narices en cualquier cloaca como me gusta hacer... menuda experiencia.

Tras el partido del Barcelona me he ido a Santa Monica con mi compadre. Y digo antes de permitir que esto se convierta en el diario de una adolescente, un atardecer en una playa californiana es uno de los misterios más embrujados que he experimentado. En escena una situación de dos amigos hablando de diversos temas, con el sol fundiéndose en el mar como una rebanada de mantequilla al fondo y los muelles desvaneciendo su figura. Para eso ya no tengo palabras.

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