miércoles, 12 de enero de 2011

Abolir la esclavitud no es derogar el racismo

No entiendo esta ciudad. ¿Cómo puede existir el racismo en un lugar donde el 90% de los habitantes son inmigrantes? El ser humano es estúpido, siempre acudimos a los detalles superficiales de alguien para defendernos de nuestros propios miedos. Si los chinos conquistan el negocio de tu barrio no es porque tú no trabajas lo suficiente, es que esos “amarillos” nos invaden y ellos son los malos. Si un negro en esta ciudad mata a alguien o roba un establecimiento es porque los negros son así por naturaleza, nada tiene que ver que viva en la miseria, nada. La prueba más clara de que un grupo étnico se ha integrado en la sociedad norteamericana es la práctica de la xenofobia.


Hoy he conocido a Ana Guzmán, una mexicana proveniente de Guadalajara. Ana tiene unos treinta y cinco años y trabaja en una tienda de móviles en el centro comercial de Northridge. Todos los días se levanta de su diminuto apartamento en Inglewood, porque no puede permitirse vivir en ninguna urbanización de Los Angeles, y se va a su trabajo donde labora sin descanso. El salario mínimo en esta ciudad es de 1100 dólares, una renta de un apartamento medio es de 800 dólares. Ana es una mujer muy simpática, le he dicho que soy español y aunque al principio ha sido un poco reticente para entablar conversación cuando ha visto que soy buen chico me ha abierto la puerta. Ella es feliz aquí, al menos más que en su México natal.


Lo que me ha molestado es lo siguiente. Una mujer de origen persa cuyo estatus social es alto, porque el standing de una persona se mide por el disfraz que llevamos y no por la buena educación, tenía un gran dilema: ¿me compro un Ipod o una Blackberry? Ana ha estado aguantando durante más de una hora enseñándole todas las prestaciones del móvil y al fin y al cabo haciendo bien su trabajo. Ana me lanzaba miradas cómplices y yo solo podía responder con una sonrisa estúpida que era fruto de la vergüenza que estaba soportando. No voy a entrar en detalles de dicha conversación, porque no se la merece, aunque podéis imaginaos el patético conflicto que se estaba planteando. Entre gritos, como la mujer no se entendía poniendo en evidencia su ignorancia, decide dejar la tienda sin comprar nada solo porque “esa incompetente mexicana” no ha sabido hacer bien su trabajo. Para colmo uno de los empleados era negro. Por supuesto se ha referido a los negros como gente que no quiere trabajar y han sido creados por la naturaleza para robar o matar. Aquí los negros están por debajo de los mexicanos, y eso que los pobres últimos tienen menos derechos que los gatos que deambulan por las limpias calles de Los Angeles. Son llamados mayota, así es como los latinos denominan a una especie de abeja negra que suele posarse en defecaciones y basura.


Esta mañana mismo lo estaba hablando con Roy. Es una idea onírica pero la vida es bastante más sencilla cuando sueñas. Esto lo han dicho grandes personajes de la historia y no desvelo nada nuevo pero que bien estaría un mundo sin fronteras. Supongo que estas son las ideas que de verdad cobran importancia cuando eres un inmigrante y tu estancia depende del sello de un visado. Que me estáis contando que yo solo debo estar aquí tres meses, la tierra pertenece al hombre. Debería poder andar por el mundo como si fuera mío.


Odio comentarios que a veces escucho a mi alrededor. Cuando un árabe dice que los negros son basura me dan ganas de responderle que él en mi país también es considerado por mucha gente basura, y si está de acuerdo. Esta ciudad está llena de muros, don´t fence me in man!


Es curioso ver como odian a esos niggers y luego adoran a Kobe Bryant en el estadio.


Me hierve la sangre cuando siento el racismo cerca. Es como si la historia no nos hubiese enseñado nada y siempre caemos en los mismos errores. Tememos lo que no conocemos. La gente viaja a otros países y no se mezcla con el pueblo, donde está la sabiduría, el alma de cada país. Y así seguiremos discriminando a ciertas razas por ser pobres, y no va a cambiar la situación porque no conviene. Siempre vendrán más extranjeros a alimentar la pobreza y ocupar los puestos más bajos; porque el pobre campesino charro, con sus escasos cinco dólares a la hora, aquí podrá comprar cosas que en su aldea ni hubiera soñado.


La historia de Ana es solo una de los miles de relatos huérfanos de dignidad que hay en América. Tierra levantada por inmigrantes que tras siglos de esclavitud aún no han recuperado la honra que se merecen y por la que trabajan día a día.


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