domingo, 30 de enero de 2011

Miguel Strogoff

Este personaje nacido de la pluma de Julio Verne se me aparece hoy tras planear el día de mañana. Strogoff tiene que viajar a través de la casi infinita Rusia para advertir al Zar de una futura invasión. Viaja a través de frías estepas junto a su amada Nadia, quien le ayuda a concluir su misión tras quedar aparentemente ciego (al final se descubre que no lo estaba) tras un castigo impuesto por sus adversarios. Después de organizar las múltiples conexiones de autobuses que tengo que tomar mañana en mi cabeza quedan un batido de nombres como la Sunland con la San Fernando; la Cahuenga con la Barham; la Sunset con la Highland; la Hilgard con la Charing Cross; y, entre muchos más, el olímpico final de la Roscoe con la Louise. Destino donde termino cada día con los huesos enfadados y las rodillas pidiendo explicaciones a tanto ajetreo.

Yo también voy ciego, entre avenidas que se me imponen como gigantes que juegan conmigo al tú la llevas. Mi única referencia a la cual me entrego, como nuestro héroe ruso a Nadia, son las conexiones que anoto en el cuaderno de recetas que me escribió mi madre. Así que entre un ostentoso conjunto de comidas, a las que no voy a pegar bocado hasta volver a España, leo las rutas que he de seguir entre salivajos de deseo.

El Viernes conocí a Antonio. Un mejicano muy amable que conducía el autobús hasta North Hollywood, donde debía cambiar al tren para seguir mi camino. Este chaparro con lengua de filósofo me estuvo ilustrando sobre la estructura de las avenidas angelinas, un sistema creado hace cientos de años cuando llegaron los españoles. Cuando llegamos a América hicimos gala de la chapucería hispana. Organizamos las calles al estilo romano, con sus cruces de norte a sur o este a oeste, solo que en vez de fijarnos en un mapa lo hicimos en los cerros que rodean el Valle de San Fernando. Por lo tanto en este área es difícil situarse pues no es muy fiable la dirección. Ya que los cerros no están exactamente al sur, o al norte. Sin embargo en la propia ciudad de Los Angeles los primeros gringos que se asentaron se encargaron de arreglar nuestra equivocación organizando su estructura sobre una rosa de los vientos correcta.

Antonio me animó a que estudiase bien el mapa de Los Angeles y así me evitaría muchos problemas, porque sabiendo bien donde se ubica el Norte o el Sur es fácil llegar a casa. Estuvimos teniendo una conversación agradable desde que reconoció mi acento hasta que nos despedimos en North Hollywood Station. Me explicó su experiencia como inmigrante ilegal en los años 70, por lo visto tiempos prósperos para la rica California. Ya son varias las personas que me cruzo en el camino que cuando hablan de esos años, vaya, parece que recuerdan el día que nacieron y vieron la maravillosa luz por primera vez. Tuvo que ser genial, no lo dudo.

Ahora los inmigrantes, sobre todo latinos, andan bastante perdidos en sus vidas. Un gran porcentaje, según confiesa Antonio, son casi analfabetos que acaban formando parte de las bandas. Él se mostraba muy orgulloso de su hijo, que decidió abandonar la calle para estudiar en la Universidad. No me extraña nada que eligiese ese camino, su padre gozaba de una cultura envidiable. Y como dice el refrán, de tal palo...

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